CAPÍTULO I. Comienza la andadura.
Ya estamos en Tesalónica. Después de un día de viaje, que
nos dio hasta para visitar Estambul, por fin llegamos a casa.
Tras descansar unas horas nos ponemos en marcha temprano
para alquilar un coche y comenzar a visitar algunos campos. ¡ERROR! Hoy, 15 de
agosto, también en Grecia es festivo, una de las fiestas más importantes del
año y la gente ha aprovechado para salir de puente, lo que ha complicado la
búsqueda, pero finalmente lo conseguimos a las 7 de la tarde. Con este
imprevisto se nos ha roto un poco el plan del día, así que decidimos comer algo
y acercarnos al campo del puerto de Tesalónica. No era uno de los campos previstos
a visitar, ya que sabíamos que está estrictamente militarizado, pero
aprovechando la cercanía intentamos conocer la situación.
De camino nos topamos con tres jóvenes sirios que viven en otro
campo más alejado de Tesalónica desde hace seis meses. Nos muestran con pocas
palabras su cansancio por la estática situación, nos dan la bienvenida a la
ciudad y nos indican la entrada al puerto.
Una vez dentro, seguimos sin tener pistas de donde se
encuentra el campo, así que nos metemos dentro de la comisaría portuaria y
accedemos al despacho de un oficial para que nos informe. Nos atiende con
amabilidad e interés, pero sin ofrecer mayor información de la que esperábamos,
es necesario estar en un registro oficial para entrar y salir del campo. También
le hacemos otras preguntas sobre el pasado, presente y futuro de los refugiados
de las que rehúye mostrándose ignorante.
Previamente al viaje intentamos registrarnos formalmente en algunas
organizaciones y no obtuvimos respuesta, por lo que seguimos el camino de la
autogestión.
Una vez al volante por fin, nos vamos directos al campo de
Vasilika. Ahora sí que ha empezado esta experiencia.
CAPÍTULO II. Aproxímandonos a una realidad escondida.
Encontramos el campo gracias a las indicaciones previas que
nos ofrecieron nuestros contactos. Fácilmente pasa desapercibido si no se
presta atención a las inmediaciones de la carretera, a pesar de las 1.200
personas que allí viven, a simple vista solo parece una fábrica abandonada.
Entramos en el campo junto a un hombre mayor que habita en
él, a través de un hueco de la valla que rodea el perímetro del campo. Nos
invita a adentrarnos en el edificio y a conversar con la gente. En uno de los
hangares, un grupo de personas que estaban cocinando nos invita a entrar y lo
primero que hacen es ofrecernos su comida. Nos sorprende el recibimiento que
nos hacen, teniendo en cuenta la situación en la que se encuentran. Personas
que no tienen nada y te lo ofrecen todo sin conocerte, y a las que se les
cierran las puertas para empezar una nueva vida. Allí conocemos a una niña que
se ofrece a ponernos en contacto con los voluntarios que trabajan en la zona.
Nos encontramos con ellos en el proyecto EKKO, un espacio
que han alquilado, junto al campo, en el que se realizan las actividades que
las propias personas refugiadas proponen. Nos alucina la cantidad de gente que
acude al proyecto, sobre todo niños y jóvenes, que demandan atención y cariño
constante a los voluntarios. Sentimos el buen ambiente que se crea, y tras
muchas conversaciones, juegos y abrazos, salimos de allí con un sentimiento
agridulce. Por un lado, felices por el buen trato recibido, pero conscientes de
la realidad que azota a estas personas.
Hasta pronto!
Sois dignos de admiración. Un abrazo. Deborah
ResponderEliminarSois dignos de admiración. Un abrazo. Deborah
ResponderEliminarUna satisfacción personal enorme, así como una alegría, para los que os acogen. Ánimo chicos, esto es impagable.
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